Elogio de la sombra

Editorial / Estética / Opinión
14 febrero 2013

Hace ya muchos años, cuando me daba por hacer el místico, acudí a presenciar un curioso fenómeno en un pequeño pueblo de 18 habitantes en Burgos. Resulta que en la iglesia parroquial de San Juan de Ortega acontece, cada equinoccio, que un rayo de sol, a las 5 de la tarde, entra por un ventanuco colocado estratégicamente e ilumina el capitel de la Anunciación.

El capitel en si, no vale mucho, es una representación típica del Románico en plan ojos almendrados y figuras con perspectivas chungas con las manos el plan Chiquito, retorciéndose para adaptarse a la forma de la piedra, pero lo que realmente sorprende, es que una masa de gente acude 2 veces al año a ver tal fenómeno. Nos apelotonábamos ante el capitel, había codazos, susurros, murmullos y protestas. A las 4:58 las cámaras estaban listas para retratar a la estrella del momento. Da igual que fuese la anunciación, una oveja o una piña. El caso es que alguien pensó que ese detalle se seguría apreciando a lo largo de los años, e hizo que su mensaje durara, por más que el pueblo fuese pequeño y el capitel muy chungo. Y ahí está la magia del momento: un constructor, por sus santos cojones, había dirigido la luz y con ella a las personas. Y así, durante 2 minutos, todos nos callamos y cesaron los codazos, murmullos, protestas y chisteos. ¡Joder!, ¡Está amortizándose el renting de Dios!

Igual algunos os preguntáis a qué viene esta piedra. No sé, era un poco reflexión de estética, de luces y sombras. De cómo llamar la atención siendo discreto y elegante, con todo el flow.

Hablando de esto, hay un libro de Tanizaki, El elogio de la sombra, que viene a reivindicar la sombra, al contrario de nosotros los occidentales que nos buscamos el ático cegador y que tiene mucha parte de razón. “Nosotros los orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes.” Vamos pues, a dejar de buscar el ideal de belleza e intentar crearla de lo más insignificante.

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